Azimut en los Cárpatos Rumanos

 CÁRPATOS JULIO 2014

(Una crónica de Encarna Gallego)

Un verano más, el grueso de la tropa azimutana se dispone a conquistar otras cimas más allá de nuestras fronteras, no solo andaluzas sino nacionales. En esta ocasión el grupo de los 12 orientados por Juan Francisco se dirige hacia las montañas FAGARAS en el extremo oriental de los Cárpatos y, más concretamente en la región rumana de Transilvania. Y si ya hemos nombrado al jefe, sus  ncondicionales éramos: Cristina, Paloma, Ferrán, Ramón, Gloria, Paz, Emilio, Marián, Virginio, Encarna y, por supuesto, Mercedes. 

Una vez situados en el país, vamos abriendo boca con distintas actividades como las visitas a los castillos de Peles (en Sinaia) y de Bran. Este último lo recordaremos siempre por haber sido la residencia de Vlad Tepes (Drácula para los más allegados). Donde más de uno se encaramó para tocar un gong en el patio central o puso orden para despejar un rinconcito muy coqueto digno de fotografía de grupo (please, please...) 

Pero, lo que verdaderamente nos puso las pilas fue el baile que nos marcamos en la cena de bienvenida: había música tradicional en directo y pista central despejada, con lo cual fue inevitable no lanzarse con el pasodoble dedicado al grupo y que bordaron Paz y Ramón. Ese fue el pistoletazo de salida para todo lo que vendría después: aires griegos, turcos, rumanos... todo nos venía bien, animando incluso al resto de comensales, nativos o igualmente de turismo por allí. Y allí seguiríamos aún si no hubiera sido por la intervención de papá-Gonzalo que nos bajó a la realidad y nos llevó a dormir. Ooohhh!!!
Pero bueno, ya está bien ¡MADRE MÍA! ¿A qué hemos venido? ¿no queréis montaña? Pues ajustaos las mochilas y apretaos bien las botas chicos, que Iulian se encargará del resto. Nuestro magnífico guía nativo nos ha subido a todos lados, desde la cumbre más alta de Rumanía, el MOLDOVEANO, 
hasta una gruta, morada de un refugiado de guerra, pasando por numerosas cresterías y cascadas de agua. Prestando su mano en los pasos más complicados a quienes tenemos menos pericia para sortear determinados obstáculos (sé que algunas me tenían envidia) o corriendo monte arriba, monte abajo para tomar la imagen de un rebeco o una marmota. De todo esto y mucho más ha dejado buena prueba en el extenso reportaje fotográfico con que nos obsequió a todos y cada uno de nosotros al término de nuestra ruta.
Además hemos celebrado con él el cumpleaños de su hijo Robert, el suyo propio (con tarta incluida), y su aniversario de boda; incluso el santo de Cristina. Todos los días había un motivo para brindar con el rakiu hecho por su padre que aseguraba no tener consecuencias dolorosas al día siguiente.
También nos servía de intermediario para entendernos con los guardas de los refugios, especialmente en el de Podragu, donde la sargento Corina no estaba para muchas bromas, aunque a la mañana siguiente hasta se hizo una foto con nosotros en la puerta para despedirnos. 

Así pues al rato de la llegada a los refugios siempre teníamos un reconfortante plato de sopa caliente, el resto del menú llegaba más tarde, con lo cual teníamos tiempo, cada cual para sus tareas prioritarias: hacer colada, poner a secar lo mojado tras la tormenta, charlar tomando una ursus, timisoara o radler, hacer prácticas con los nudos o mecerse plácidamente frente a la cascada en el refugio Capra: todo un lujo. Y es que, si hay una cosa digna de valorar en estas ocasiones es algo tan cotidiano como estar bajo techo en un lugar 
confortable y con agua caliente mientras miras a través de las cristaleras y solo distingues vagamente la silueta de las montañas o el lago, que de manera caprichosa te va dejando entrever la niebla y la intensa lluvia. ¡menos mal que ya estamos de vuelta! ¡qué bien, que no nos ha pillado durante la bajada! ¡Dios, la que está cayendo!

La verdad es que no nos podemos quejar del señor Cronos ya que, salvo un día que llegamos empapados hasta los ojos y tuvimos que improvisar un secadero en la habitación comunitaria bajo la supervisión de nuestra amiga Corina, el resto de los días nos pillaba ya llegando a casita: ¡Uf, qué alivio! O, al destino final como ocurrió el último día donde nos recogía el bus y recuperábamos el resto de nuestras pertenencias.

 A propósito del último día: pasado el valle de las mujeres, nos adentramos en un bosque de cuento, con una vegetación exuberante repleto de musgo, líquenes, helechos y toda clase de árboles: una maravilla. 
Y ya de nuevo en la civilización pura y dura, nos adentramos en ciudades como Medias, Sighisoara o Sibiu, para terminar donde comenzamos nuestra andadura: Bucarest. En estos días ejercimos de guiris a tiempo completo, pateando la ciudad de arriba abajo, como en el caso de Sibiu, comprando regalitos o recuerdos o incluso fundiéndonos en la fiesta medieval que celebraban en Sighisoara y, como no, 
sentándonos a la mesa cada vez que llegaba la ocasión y de nuevo poniéndonos las botas, pero ahora de las especialidades culinarias propias del país en donde no podía faltar la ensalada que días atrás echábamos en falta, o los dulces postres que, a unas más que a otras, nos pierden.
Así hasta el día de vuelta, que tocó madrugar lo indecible. Hay a quien le consolaba la idea de la crema de día o el perfume que se iba a poner en la duty free, nada que envidiarle a la gerovital que llevábamos en la maleta.
Una crónica  de nuestra corresponsal en Rumanía
Encarna Gallego

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